24 de Enero 2005

Pornografía Emotiva (y 2)

Saludando a la afición, mientras suenan los compases del Danubio Azul en mi recién estrenado “Zen” (que es algo así como el hermano pobre del iPod y lo único que se podía encontrar en Madrid tras la marabunta navideña), vuelvo por este blog dejado de la mano de Dios para reencontrarme con mis 30 lectores. Me sorprende y congratula que tras casi un mes sin pasarme por aquí siga entrando gente. Obsesos, supongo, que con búsquedas como “Porno duro” o “sexo gratis" aterrizan desprevenidos para, en vez de fotos de Aria Giovanni verme a mi, en mi plena y ruda magnificencia.

Y es que, señores, uno se da cuenta de que hacer publico ejercicio de introspección cuando se está tan acostumbrado como yo a el autoengaño, la fantasía y la distracción forzosa, es duro. Muy duro. Comprenderán que si no se ni que decirme a mi mismo, mal pueda contarles a ustedes. El ombliguismo me empalaga y siento un terror desproporcionado hacia el exhibicionismo emotivo y pseudo-psicológico que abunda por otros blogs. Un pudor que se bien no es compartido por el común de los mortales, pero que a mi me atenaza y me obliga a desechar más textos de los que luego termino publicando.

Y es que si no he escrito estos días, si he leído. He leído sobre muchas cosas, pero al cabo de un ratito aparece la misma sensación que tiene uno cuando ha visto mucho porno seguido; “¿no he visto esto antes en alguna parte?”. Comparte también con el porno su carácter impúdico y su pobreza argumental. Pero mientras que el genero lúbrico puede (que no siempre lo logra) despertar en mi ansias e instintos que me lo hagan disfrutar, esta pornografía emotiva me repele, me hace sentirme voyeur. Me da el mismo reparo leer ciertas efusiones emotivas que el verle el coño a mi abuela. Reparo, repugnancia. Eso cuando, simple y llanamente, no me suenan a secas y estériles (que curioso, también como el coño de mi abuela).

Porque si malo es el exceso de introspección y la falta de pudor a la hora de exponer intimidades, peor es la cantidad de falsos auto-análisis que se publican sin otra intención que la de hacernos ver lo sensible, profundo y complejo que es el autor. Admitámoslo, el autor medio de blogs no es Kundera ni Bukowski, y sus intentos por plasmar no ya lo que siente, sino lo que piensa que debería sentir para dar la imagen que pretende, cantan a la legua. ¿Y todo para que? ¿Para impresionar a la churri? “Le pase la dirección de mi blog a fulanita el viernes por la noche, así que tengo que tener un post estupendísimo listo para el Lunes por la mañana cuando me visite desde la oficina”. Y a alguno le funciona, por lo que se.

Existe en Internet una falta de perspectiva que espanta. La gente se cree el ombligo del mundo. “Cada cual es el ombligo de su propio mundo” me dirá alguno. Pues que triste. Por pocas satisfacciones que se consigan, suelo hacer de otros mi “ombligo” por temporadas. Normalmente de otras. Quiero decir, que bastante coñazo es aguantarse a uno mismo en la periferia como para hacer de eso lo mas importante de tu cosmos. Así van las cosas, párrafo tras párrafo describiendo lo que te ha hecho sentir fulana o mengano, lo bueno que has sido y lo mal que te han tratado, lo puro de tus sentimientos, lo honesto de tus equivocaciones. Y ni una puta línea para preguntarse como eso hace sentir al otro, ni una reflexión sobre como afectara dicho texto a su destinatario.

“Uno no puede callarse lo que siente” Claro que puede. Debe. Lo que siente, como lo que caga, entra en el ámbito de lo intimo, que es lo opuesto de lo publico. Uno puede decir lo que piensa y solo cuando sea pertinente, uno puede analizar sus sentimientos e incluso emitir una conclusión, pero el vomito emotivo es impúdico e injusto, porque no da lugar a dialogo alguno, no genera ideas, solo un estado de cremosidad en el que o jaleas o te apartas para que no salpique.

A todo esto, termino el post escuchando Electric Six. No se si me habré ido cabreando por eso.

Ha sido El Hombre Malo a las 2:21 PM | Comentarios (3)

4 de Enero 2005

Tres semanas de Domingo

Hay muchos motivos para dejar de escribir en tu blog por una temporada. Cansancio, hartazgo, no tener que decir, depresión, perdida de servicio de Internet, abducciones, sectas, encontrar novia... El mío viene a ser “porque no me sale de los cojones”. Esto es, todos los anteriores menos el de la novia.

¿Y en que ha ocupado su tiempo el Hombre Malo en esas semanas sin escribir? En nada. Absolutamente nada. Cero. Nil. Niente. Me he tocado el escroto a dos manos, he descargado porno y capítulos de la serie en imagen real de Sailor Moon (si pensáis que no va con mi imagen es que aun no habéis visto este engendro), me he visto siete veces el capitulo musical de Buffy y al no ser suficiente me he descargado la banda sonora entera. La experiencia cultural más enriquecedora de estas ultimas semanas ha sido el visionado de Ong Bak. No, no es arte y ensayo tailandés, es una película de ostias a mansalva.

La he visto dos veces.

La contemplación del propio ombligo no es nueva para mí, pero pocas veces ha estado tan carente de significado. Los plazos que me he ido marcando para terminar asuntos me los he ido comiendo, mojados en salsa, mientras veía reposiciones de “Aquí no hay quien viva”. Cualquier cosa por no pensar, digo yo.

Uno sabe que pierde el tiempo deliberadamente cuando empieza a seguir series en las que antes no parabas ni cinco minutos. Lo llamo el Síndrome de Veraneo Televisivo. El caso es que yo he multiplicado mis horas de tele diarias por cuatro. Había logrado dejar bastante aparcada la tele; no más de diez o doce horas semanales, descontando telediarios, que los veo mientras como. Ahora recuerdo por que. La sensación de no haber hecho nada en absoluto es abrumadora, la actividad cerebral prácticamente nula. Vuelvo a ver la tele en lugar de ver los programas que emiten. El vicio de mi generación.

Me propongo romper esta racha, pero me da pereza. Supongo que seréis los primeros en saberlo cuando lo haga.

Ha sido El Hombre Malo a las 3:38 AM | Comentarios (2)