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15 de Noviembre 2004

Ansia Vital

De pequeñito quería ser cura.

Lo juro. A eso de los 8 años, y sin que ningún padrecito me hubiese metido mano, sentía tal amor por el hábito que me planteé seriamente dedicar mi vida a la loable tarea de salvar almas. Poco importaba que no estuviese bautizado, para mí los curas eran míticas criaturas de inigualable bondad y enciclopédico saber. Incluso jugaban al fútbol y al baloncesto en el patio del colegio. Admitámoslo, los inconvenientes del sacerdocio poco significan para un crío de esa edad. Tan convencido estaba de mi vocación que me preocupaba el hecho de no haber oído voces, ni haber visto una luz descendiendo del cielo para señalarme el camino. No dejéis nunca un “Vidas de Santos” al alcance de un ávido lector infantil. Con esa edad recuerdo haber intentado leer la Biblia por primera vez, cosa que como bien nos señaló el Concilio de Trento, es muy nociva para toda mente cristiana.

El caso es que, ignoro exactamente cuando, se me pasó la ilusión por el sacerdocio, y progresivamente mi amistad con Dios pasó a ser una educada familiaridad, un frío distanciamiento y finalmente un silencio sepulcral. Ya no me manda felicitaciones por Navidad, y si me lo encontrara por la calle no lo reconocería.

Pasé algunos años sin rumbo, sin metas. Quise ser escritor cuando empecé a leer, precozmente, a Montalbán, cantautor cuando descubrí a Serrat, futbolista con Butragueño y militar tras ver “Los Cañones de Navarone”. Pero nada me duraba más de un par de semanas. Uno crece y se hace más realista, se pone metas más discretas. La mía era ser Presidente del Gobierno. Con dos cojones. Abiertos los ojos a las injusticias del mundo y vista la inutilidad de nuestros gobernantes, como un taxista cualquiera me sentía en posesión de la solución a todos los males que aquejaban al mundo. Realmente no sé si quería ser presidente o superhéroe, que por aquella época ya leía yo tebeos americanos.

Maduré y me puse como meta ser Arquitecto. Dejar algo perdurable, algo que cantara mi nombre cuando yo ya hubiese muerto. Alejarse de Dios y el concepto de la inmortalidad del alma provoca un inevitable acercamiento a la necesidad de sobrevivir en el recuerdo. Además está bien pagado. Y a que engañarnos, maneras de perdurar hay muchas, y con dinero es harto sencillo. La riqueza material fue durante unos años mi objetivo vital, solo atemperado pro mi innata capacidad para dilapidar cualquier capital en un tiempo inversamente proporcional al esfuerzo invertido en conseguirlo.

Hoy soy más sabio. Aun joven pero con la fecha de caducidad más a la vista, me planteo metas sencillas, objetivos que a la vez conjuguen mis instintos y necesidades filosóficas. Al fin y al cabo, somos lo que la vida ha hecho de nosotros, y ya tengo medio camino recorrido. Con gesto confiado y firme el pulso, sigo la senda de los que me precedieron, y con mis huellas quiero guiar a los que me sigan. No es tan diferente, después de todo, de cómo empecé.

Quiero ser un viejo verde.

El Hombre Malo pisoteó nuestros corazones en 15 de Noviembre 2004 a las 12:55 PM
Comments

Tú ya eres un viejo verde, pervertido de los cojones.

Somófrates ha osado. 15 de Noviembre 2004 a las 01:18 PM

Y si no lo es lo será. Es ley de vida...

k-c ha osado. 15 de Noviembre 2004 a las 01:33 PM

Pues tienes hasta enero, chavalote...

Irenerl ha osado. 15 de Noviembre 2004 a las 11:09 PM

lo que yo decía: Quieres ser Papa.

Gablin ha osado. 3 de Diciembre 2004 a las 09:23 PM
Enfréntate al Hombre Malo por tu cuenta y riesgo