background="http://maldad.zonalibre.org/archives/santafe.bmp" width="1000" height="620" border="0" bgproperties="fixed">

27 de Septiembre 2004

Pornoadicción temprana

Ahí estaba yo, con dieciocho añitos recién cumplidos, dispuesto a comerme el mundo. Pero aquel fatídico Viernes por la tarde, el mundo podía esperar. Lo que me disponía a devorar eran cuatro horas de pornografía de la mas dura y grumosa que pudiera encontrar.

Os pondré en antecedentes; hacía solo un par de meses que había alcanzado la mayoría de edad y ese era el primer fin de semana en que mis viejos se largaban de casa, dejándola a mi entera disposición. Yo ya conocía el porno, por supuesto, desde que a los nueve años cayo en nuestro poder (mío y de la “panda”) una Private que destrozó nuestra inocencia y alegro nuestras tardes. Y tenia el Plus, con lo que ni tan siquiera tenía que quemarme las pestañas tratando de distinguir algo entre las rayas, como muchos de mi generación.

Pero aquello era diferente. Aquello era poder elegir con que droga dura me iba a machacar la retina. Resuelto, entre en el videoclub (un videoclub, uno que no fuera aquel donde mi madre conocía al dueño y me hacían regalos por navidad) y me di de alta como socio. Tras ojear los estantes con aire interesado, me deslice hacia mi objetivo. La Habitación.

Este videoclub, como tantos otros ahora, había tomado la revolucionaria medida de mudar la sección porno de “un estante mas o menos discreto” a un compartimiento separado. De esta manera las madres no se podían quejar de que la basura quedaba al alcance visual de sus retoños y el emprendedor comerciante podía ofrecer muchos más (y variados) títulos a su selecta clientela. Pero como fuera que la cosa aun era un experimento, el buen señor comerciante se había apañado unas tablas y atornillándolas había creado una habitación digamos...reducida. Dos personas de pie tenían problemas para no pisarse dentro de aquella caja de zapatos. Además, la puerta del nicho aquel estaba junto al mostrador, a la vista de todos. Pero yo era joven, y aquellas naderías no las contemple al meterme en el licencioso receptáculo.

Dentro reviví aquella emoción infantil cuando entras en una juguetería. Un niño en una tienda de dulces es lo que era. No os creáis, apenas un centenar de cintas, algunas, hoy lo se, prehistóricas. Pero a mi me bastaba y me sobraba. Una a una, fui mirando las carátulas, que me prometían cochinadas sin nombre y placer onanista mas allá de toda medida. Si alguna resultaba especialmente prometedora, miraba la contraportada. Me había propuesto alquilar dos películas para devolver al día siguiente, pero me costaba un trabajo tremendo seleccionar entre la media docena de “favoritas” que tenia en las manos. Me pase, por lo menos, media hora ahí metido hasta elegir dos cintas. Y ahí empezó lo divertido.

Me disponía a salir cuando oí que en el mostrador estaban atendiendo a una madre con niños. “Ni de coña salgo con esto en las manos...” pensé, así que espere un rato. Pero, amigo, el Viernes es un día de mucho alquiler Disney, mucha madre comprando morfina cerebral para que los niños no molesten, y a una madre le sucedía otra. Para colmo me había buscado un videoclub donde no me conocieran, si, pero que seguía estando en mi barrio. Todas las voces que oía me sonaban familiares. Madres, hermanas o primas de amigos míos. Y yo, para colmo, trempando como un campeón.

Estaba sudando. Me había metido en aquella caja de madera tal y como venía de la calle, con abrigo y todo, y ya llevaba casi una hora ahí metido. Me repetía a mí mismo lo gilipollas que era por no haberme ido a un local más lejano, al menos un par de paradas de metro. Mientras, los dependientes no daban señales de preguntarse que coño hacia yo ahí dentro tanto rato. “ ¿Y si se piensan que he entrado a pelármela?” Ahora ya si que estaba nervioso. El miedo, desde luego, me había reducido la trempera, pero me hacia sudar más. Se me pegaba el pelo a la frente y se me empañaban las gafas. “Tengo una pinta de pervertido que tira p’atrás” imaginaba. Me imaginaba saliendo y encontrándome de morros con una amiga de mi madre mientras sostenía en las manos “La reina de los culos” y un pornazo alemán impronunciable pero con una portada digna de ElBosco. Pasaban los minutos.

Al fin, tras casi hora y media ahí metido, asfixiado de calor y acongojado por el miedo a la vergüenza pública, pero aun resuelto a llevarme a casa aquellas dos cintas, escuché y no oí....nada. Si, los pasos del dependiente, el hilo musical (Radio Ole, cagaté)...pero nada más. “Esta es la mía. Salgo, pago y me piro en menos de un minuto”. Incluso llevaba el carné en la mano para acelerar el proceso. Inspiro, me peino el pelo con la mano hacia atrás y...

...salgo para darme de bruces con Cristina, Ana y Belén, las tres marujas de mi curso que extrañamente calladitas para lo que en ellas era costumbre, iban hacia el mostrador con Ghost y Bailando con Lobos. Se paran, me miran, miran a las cintas, me vuelven a mirar a la cara... Yo balbuceo “Hombre, que tal...”. Ellas miran mis cintas otra vez...

Pague y me fui, como tenia planeado, en menos de un minuto. No sé si por alejarme de aquel trío de gallinas que se carcajeaban o por evitar que se me rompiera un vaso sanguíneo, de tan rojo que me puse. En el camino a casa juré no alquilar más porquería de esa en mi vida. Las películas, normalitas. La alemana era de un guarro que espantaba. Aguante un par de meses las bromas de “Rey de los culos” que me toco sufrir en el instituto hasta que la cosa se olvido. Incluso termine enrollándome con la Ana del trío aquel. Pero un año mas tarde, ya universitario y también rey de la casa por unos días, pasé por el videoclub de infausto recuerdo y vi que, oh sorpresa, había desaparecido la caja de tortura. En su lugar un cartel con una X y una flecha me invitaba a bajar al sótano del local por unas discretamente colocadas escaleras. Abajo, oh sorpresa otra vez, una habitación ventilada, amplia y con al menos cinco veces el numero de películas que en mi primer intento. La carne es débil, amigos, y las promesas se las lleva el viento.

El Hombre Malo pisoteó nuestros corazones en 27 de Septiembre 2004 a las 04:53 PM
Comments

Digno de Porky's. Puto pajero de mierda.

Somófrates ha osado. 27 de Septiembre 2004 a las 05:13 PM

¿Y no le hubiera resultado más fácil ir a un quiosco en la otra punta de la ciudad (que Madrid es grande, oiga) y comprar una de esas revistas con vídeo? Luego se esconden subrepticiamente y ya está...

Ojo, que yo no he hecho esto nunca. Que yo también tenía el plus.

Adrián ha osado. 27 de Septiembre 2004 a las 05:49 PM

Yo es que tuve Internet desde los 15.


Claro que siempre podrían haber sacado algún pack ADSL Speed & Reflex...

Germán ha osado. 28 de Septiembre 2004 a las 02:24 AM
Enfréntate al Hombre Malo por tu cuenta y riesgo